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    La revolución tunecina en la encrucijada

    Xavier Tonet

    Hace sólo unos cuanto meses nadie podía imaginar que en Túnez se produciría una revuelta popular que acabaría con un régimen de más de 50 años y que comenzó el viernes 14 de enero de 2011 con la huída del país de su presidente Zine el Abidine Ben Alí y de toda su familia.

    Para entender mejor porqué se produjo esa revuelta popular y la situación hacia la que camina Túnez hay que hacer primero un breve análisis de la situación anterior a la caída del régimen. En 1956 Habib Burguiba fue nombrado Primer Ministro bajo tutela francesa, y en 1957 estableció finalmente la república tunecina. De ideas socializantes inspiradas en la Unión Soviética emprendió reformas importantes como la reforma agraria o el sistema de educación universal. A él se debe la instauración de la forma de gobierno presidencialista. Una de las fuentes incontrolable del poder único fue el decreto para la configuración del sistema de partidos políticos. Con Burguiba tomó la forma de partido único “Neo-Destour”. Ben Alí utilizó el sistema de partido dominante con la creación del RCD (Asamblea Constitucional Democrática)

    Este perverso sistema se apuntaló bajo tres premisas clave: La cuidadosa y manipulada legislación sobre partidos, una regulación de la ley electoral perversa que impedía el libre acceso a la cámara de representantes y una indiscutible manipulación de los resultados electorales.

    Con la llegada al poder de Ben Alí (1987) tras un golpe de estado de palacio, se instauró una pantomima de sistema parlamentario libre. Accedió a la presidencia comprometiéndose a la separación de poderes, a transparente sistema electivo y a la limitación en la reelección a tres mandatos consecutivos. Nada más lejos de la realidad, a los pocos meses de su llegada al poder incumplió su compromiso: ilegalizó a los islamistas moderados (Ennahda), al Partido Comunista de los Obreros y el Trabajo (PCOT), al Congreso por la República (CPR) y a Túnez Verde (TV).

    Diseñó un sofisticado sistema de elección parlamentaria mixta que reservaba más el 75% al partido mayoritario. Permitió el funcionamiento de los partidos clientelistas del régimen: la Unión Democrática Unionista (UDU), el Partido de la Unión Popular (PUP), el Movimiento Democrático Socialista (MDS), Ettajdid (antiguo Partido Comunista de Túnez), el Partido Social-Liberal (PSL) y la escisión ecologista de éste último: el Partido de los Verdes por el Progreso (PVP). Y sentó las bases para el sistema policial encargado de reprimir cualquier movimiento de disidencia política. En 2010 el ejercito contaba con unos efectivos de aproximadamente 50.000 hombres, mientras que su policía política alcanzaba la friolera cifra de 150.000 efectivos para un país de apenas diez millones de habitantes.

    Las restrictivas exigencias para presentarse a los comicios electorales le permitieron ganar las presidenciales de 1989 con el 99,27% de los sufragios. En 2002 modificó la constitución para poder seguir presentándose a las elecciones. Fue reelecto por última vez el 25 de octubre de 2009 con el 89,62% de los sufragios, el resto se lo repartiron los partidos afines al régimen, mientras que los islamistas y los partidos de izquierda continuaron ilegalizados y denunciaron de forma continua y repetida los fraudes electorales. El silencio europeo fue clamoroso y respetuoso con su amigo y aliado. Incluso se declaró su régimen cómo ejemplo para el norte de África. Pocos meses antes de su caída instituciones cómo el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional llegaron a afirmar que su política económica debía servir de ejemplo a muchos países desarrollados. Cuando se producían estas declaraciones ya estaban en marcha las huelgas mineras y comenzaban los primeros brotes de contestación popular y brutal represión por parte de la policía del régimen. No queremos, sólo constatar un dato confirmado, Ben Ali y la familia Trabelsi privatizaron y se repartieron el suculento negocio del sistema público convirtiéndose en sus dueños y llegaron a controlar más del 60% de la economía privada del país.

    ¿Hacia donde camina Túnez?

    Con la caída de Ben Alí ha caído el dictador pero no el entramado policial, represor e institucional del antiguo régimen. Hemos asistido, por el momento, a la formación de dos gobiernos provisionales de transición. El primero fue enormemente contestado y derribado a los pocos días por mantener en sus puestos clave a los anteriores ministros del RCD.

    Al segundo no sabemos cuantos días le quedan. En el momento de escribir ésta crónica se están produciendo manifestaciones en todas las grandes ciudades del país y hay o había un llamamiento a una segunda jornada de la ira para el 21 de febrero. Los motivos para esa contestación en las calles serian varios y se podrían resumir en los siguientes puntos clave. Primero, el gobierno provisional continua sin ser un auténtico gobierno de concentración nacional incapaz de llevar al país a la celebración elecciones libres con garantías, ya que, siguen excluidos importantes sectores de la vida política y social del país. Segundo, aunque ya ha sido superado por los acontecimientos, el nombramiento de gobernadores regionales y mandos policiales, ha sido interpretado cómo una burla hacia la población y en cierto modo un mal presagio, al tratarse en su mayoría de antiguos miembros del RCD o personas afines al antiguo régimen, la contundente contestación popular los hizo caer a las pocas horas de ser nombrados. El tercer motivo importante seria la composición de los órganos surgidos cómo consecuencia del proceso de transición:

    - El Comité Anticorrupción está formado por, según fuentes internas, personas conocidas consideradas de nula credibilidad y eficacia, al que se suman personajes que han trabajado a las ordenes de Ben Alí y que supuestamente habrían participado de la corrupción generalizada, lo que convierte este órgano en ineficaz desde su nacimiento.

    - El Comité para la Reforma de la Constitución, formado el pasado 22 de enero, fue encargado a Iyadh Ben Achour que tenía cómo misión presidirlo y decidir la composición del mismo. La composición se dio a conocer el 28 de ese mismo mes y ha recibido igual número de parabienes cómo de críticas. Los primemos consideran que está compuesto por gente respetable de la vida universitaria y de la Academia Internacional de Derecho Constitucional de Túnez, los detractores argumentan que entre los nombrados se encuentras juristas con indicios suficientes de connivencia con el ex presidente. Para éstos últimos, la Comisión es un mero extracto de la elite intelectual que en 2002 dio forma legal a la reforma constitucional por la que Ben Ali pudo renovar su candidatura presidencial en 2004 y 2009.

    - En cuarto lugar podríamos incluir dos cuestiones complementarias. El gobierno interino ha rechazado esta misma semana una petición firmada por decenas de formaciones políticas, sindicales y organizaciones de derechos humanos que proponía la inmediata formación de un Consejo para la Protección de la Revolución, mecanismo que pide insistentemente el pueblo desde la caída de Ben Ali y que se encargaría de velar por el cumplimiento de los principios revolucionarios ante posibles intentos involucionistas. Entre los firmantes del manifiesto están UGTT, los islamistas de Nahda, el Partido Obrero Comunista y la Asociación Nacional de Abogados. Por otro lado los jueces y magistrados siguen exigiendo, mediante paros intermitentes, la independencia total del poder judicial del poder político, a través de mecanismos que garanticen en la práctica, la tutela efectiva.

    - En este resumen incluimos un quinto elemento de vital importancia para la población la disolución mediante resolución judicial y el cese de cualquier actividad del RCD. El Ministerio de Interior suspendió la actividad del partido, pero documentos fiables demuestran que el partido sigue ejerciendo sus actividades, con la connivencia de la policía, en algunos puntos del país. Se exige la total y definitiva disolución y la nacionalización de sus bienes y cuentas. Nada de esto se ha producido hasta el momento. Las mismas fuentes afirman que ningún alto cargo del régimen de Ben Ali ha sido aún detenido ni juzgado. El ex ministro de Interior Hedi Kallel, (perseguido judicialmente por Suiza) y uno de los mayores torturadores que ha conocido Túnez sigue libre e impune. Canadá pide a voces la lista de las personas cuyas cuentas tiene que congelar y el gobierno interino sigue dando largas y aún no la ha mandado.

    ¿Qué peligros se vislumbran en el largo camino hacia la democracia?

    Lo primero que hay que tener presente es que la revolución tunecina no es una revolución en el sentido clásico del término, más bien se trata de una revuelta popular. Las revoluciones tienen un programa político que llevar a cabo y un líder que dirige los pasos antes y después de la revuelta. En Túnez los lideres de la revuelta son las clases populares desfavorecidas del interior del país que reclaman pan, trabajo y dignidad. Si estas demandas no se consiguen y la incipiente clase política no las hace suya, puede triunfar una contra-revolución encabezada por los mismos que han estado gobernando el país estos últimos 50 años.

    En segundo lugar, el factor económico ha sido el detonante de la revuelta. A este se han sumado, las peticiones de libertad, justicia y dignidad. Si la revuelta no cesa y la economía no despunta, las justas aspiraciones de trabajo y redistribución de la riqueza pueden verse en peligro lo que conllevaría una frustración de la población que podría convertirse en caldo de cultivo a movimientos radicales ya sea de corte islamista o de otro tipo.

    En tercer lugar, la represión ejercida durante décadas por el régimen ha hecho que los partidos políticos sean casi inexistentes y no posean la infraestructura necesaria para poder liderar el cambio político. Sobre este punto se cierne un grave peligro, los dos únicos partidos que tienen infraestructura para poder competir con garantías a las elecciones son el RCD (refundado y remozado de nombre y dirigentes) y el Ennahda, partido del carismático líder islamista Ganouchi que, aunque asegura que no piensa presentarse a las elecciones, si lo pueden hacer cómo partido con caras nuevas y con un programa supuestamente moderado, cuentan con el apoyo y la infraestructura del poder mediático de las mezquitas y el favor de amplias capas de la población desfavorecida. Sólo una gran coalición de los partidos democráticos y laicos al que deberían sumar caras jóvenes de las que han encabezado la revuelta podría impedir el triunfo de alguna de estas dos organizaciones.

    Por último añadir la falta de cultura democrática por parte de la población. Este último aspecto es muy peligroso, los términos se confunden y permiten que las masas sean fácilmente manipulables. La unión de la clase política democrática, las organizaciones sindicalistas, pro derechos humanos y otras organizaciones progresistas a las que habría que sumar las élites intelectuales y la juventud impulsora del cambio, puede aliarse con sectores importantes de los medios de comunicación para diseñar un programa de pedagogía democrática que impida la manipulación.
    Nada de todo esto se antoja fácil, aunque tampoco imposible. Si no triunfa la revolución en Túnez habrá fracasado el intento democratizador en el norte de África y el Próximo Oriente y si eso ocurre deberemos pedir explicaciones a nuestros gobiernos y a la Unión Europea por no haber estada a la altura de las circunstancias. Su apoyo económico, el asesoramiento jurídico y de seguridad, son fundamentales para alcanzar los fines deseados. Esperemos que así sea.

    Bibliotecario Documentalista de la Universitat de València
    Levante-emv.com 
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